Isabel de Borbón de Velázquez regresa al Museo del Prado tras una impresionante restauración

El retrato ecuestre de Isabel de Borbón, obra de Velázquez, ha regresado a la sala 12 del Museo Nacional del Prado después de su restauración, realizada en octubre pasado. Esta intervención ha dejado cicatrices, injertos de tela y añadidos de bandas laterales a ambos lados de la figura de la monarca.

La pintura ha estado en un «entorno acogedor» de las Colecciones Reales durante sus cuatro siglos de existencia. Los problemas de conservación que presentaba no se debían a intervenciones «abusivas», según ha indicado Javier Portús, jefe de la Colección de Pintura Española del Barroco en la pinacoteca. Sin embargo, sí había dificultades relacionadas con las «circunstancias» de su creación.

Aspectos de la conservación del cuadro

En 1634, Velázquez y sus discípulos añadieron dos anchas bandas laterales de 30 centímetros cada una para adaptar el lienzo al espacio destinado en el Palacio del Buen Retiro. El material utilizado para estas bandas, junto con pigmentos que presentaban diferencias químicas significativas, provocó una decoloración. A esto se suman repintes posteriores con óleo, que intentaban reparar daños «puntuales», constituyendo los principales problemas de conservación.

La restauradora María Álvarez-Garcillán ha explicado que el retrato de la reina, parte de un conjunto de cuatro retratos de Velázquez a Felipe III, Margarita de Austria y Felipe IV, fue colocado en una habitación del Buen Retiro que ocupaba el espacio de las portezuelas laterales. Esta tendencia de la época, conocida como ‘horror vacui’, buscaba evitar cualquier espacio vacío.

Para evitar que la puerta no pudiera abrirse, se decidió recortar un cuadrado inferior de la pintura, superponerlo en la puerta y coserlo, logrando el efecto deseado: al abrirse la puerta, la tela se separaba, pero al cerrarse, parecía que el retrato estaba completo. «Cuando se cerraba, se disimulaba», ha señalado Portús.

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Las cicatrices y los agujeros permanecen

A pesar de la restauración, la cicatriz dejada por los clavos, los agujeros del hilo de cuerda utilizado para coser la separación, los añadidos y los injertos de tela siguen formando parte del lienzo, aunque no son fácilmente visibles para el visitante.

Cuando la pintura fue retirada del Palacio del Buen Retiro para ser trasladada al Palacio Real en 1775, se recuperaron los trozos cortados de las bandas laterales y se reinsertaron, siendo reforzados por Andrés de la Calleja. En los años 2010 y 2011, se inició una investigación técnica para realizar los trabajos necesarios, teniendo en cuenta todas las «cicatrices» de la pintura.

Un proceso de creación colaborativa

Aunque Velázquez es el autor del retrato, delegó la ejecución de esta obra en varios de sus colaboradores, como Juan Bautista Martínez del Mazo, debido a la gran carga de trabajo que enfrentaba en ese momento.

En menos de un año, en 1675, Velázquez tuvo que realizar cinco retratos ecuestres y otros encargos relacionados con la Casa Real. Es probable que no haya habido otra época en su carrera en la que tuviera que trabajar tanto, lo que le llevó a recurrir a colaboradores. Así, se estableció un método de trabajo en el que Velázquez se encargaba de los retratos más «importantes» y diseñaba la composición del retrato de Isabel de Borbón, aunque delegaba su ejecución.

Sin embargo, Portús advierte que esta delegación fue «muy vigilada», lo que ha tenido repercusiones en la conservación de la pintura, ya que se pueden observar varias correcciones en las patas del caballo y el cuello, así como en la vegetación. «Fue una delegación vigilada porque Velázquez intervino, corrigiendo y supervisando todo el proceso, lo que ha afectado el estado de conservación de la obra, dado que la superposición de tantas capas con el tiempo tiende a aflorar», concluye el jefe de Colección de Pintura Española del Barroco del museo.

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